¿Por qué sigue habiendo dos Españas? ¿Por qué, en 2017, unos sólo recuerdan la masacre de Paracuellos del Jarama y otros los bombardeos de Guernica? La respuesta está en la historia.
A principios del siglo XX, la pérdida de las colonias trajo mucho dinero a España. Así se creó una economía nacionalista, que Alfonso XIII fortaleció, al tiempo que sumía la corte en el boato y afianzaba la nobleza en sus gobiernos. Esto enervó a una buena parte de la población y favoreció la aparición de movimientos sindicales a finales de los años veinte. El 14 de abril de 1931, España decidió ser republicana por una ajustadísima mayoría en las urnas. Las clases acomodadas no lo aceptaron. Muchos terratenientes abandonaron sus tierras y utilizaron el hambre de los campesinos contra el estado. Los políticos, en vez de aportar soluciones, incitaron a la revolución. El líder socialista Francisco Largo Caballero, en un mitin electoral de febrero de 1936, dijo que si el Frente Popular no ganaba las elecciones, tendrían que hacer la guerra. Está claro que, si los militares no se hubieran sublevado en julio del mismo año, la revolución habría conducido a la misma contienda.
Terminada la guerra civil, convertida España en cuartel, Franco ordenó a las clases pudientes a invertir aquí, prohibió el despido libre e instituyó la Seguridad Social. Esto condujo a una autarquía, que redujo las diferencias sociales en favor de una gran clase media. Para ello, el general formaba sus gobiernos con militares y falangistas, que mataban sistemáticamente a los enemigos del régimen. Cuando se hizo viejo, sus incondicionales formaron un búnker para resistir los envites progresistas, y en los ministerios, los falangistas fueron sustituidos por tecnócratas; santones del Opus Dei que, con austeridad y formación, consolidaron la economía mediados los sesenta y echaron las raíces de la política actual.
Hoy día, los titulares del partido azul y los renegados de la ideología del rojo, son herederos directos de la tecnocracia y la milicia, puestas a las órdenes del capital. Unos por amor a Dios y otros por amor a la patria, se doblegan a las órdenes de banqueros y empresarios, anteponiendo el amor al dinero al respeto al prójimo. Pese a la transición ejemplar de 1975, aún no hemos instaurado una auténtica democracia, donde el verdadero progresismo tenga las mismas oportunidades que el tradicionalismo. En 2017, en España, progresismo es anteponer servicios sociales a crecimiento económico, y conservadurismo todo lo contrario. Las personas que anteponen el bienestar social al enriquecimiento, aún no se han visto representadas en ningún gobierno. Hasta hoy el progresismo sólo se ha utilizado como cebo electoral. Felipe González utilizó la negativa a la OTAN para conquistar el gobierno y luego, al no poder mantener la economía, se doblegó al imperialismo sin importarle que España fuera mayoritariamente contraria a la organización armada. Treinta años después, millonario dormido a la sombra de las multinacionales, despierta en plena crisis de corrupción para apoyar a los conservadores.
Ese es el motivo de las dos Españas. Para terminar con el trasfondo político heredado de la dictadura, es necesaria una nueva forma de estado. El nuevo estado deberá reconocer la soberanía del pueblo, trasladando la corona, del Palacio Real a Las Cortes. Deberá confeccionar una nueva bandera de España que aglutine las dos que se enfrentaron. El nuevo estado deberá retocar el escudo de España y componer un nuevo himno que represente a los patriotas de los dos colores, a los no patriotas y a los que se sienten más ciudadanos del mundo que patriotas. También el nuevo estado tendrá que aceptar que España es demasiado extensa como para mantener intacta su estructura después de 500 años. Los conservadores no deben escandalizarse con nuevas formas de estado y los separatistas deben aceptar un respetuoso lazo de identidad con el vecindario, aunque solo sea para estar mejor representados.
No se reconciliarán las dos Españas dejando a los cabecillas de un bando presidiendo el mausoleo. Tampoco desenterrando víctimas de cunetas y tapias de cementerios. Demoler el pórtico y la explanada y taponar el túnel que conduce a la cripta con la misma tierra que se sacó, dejará el paraje de Cuelgamuros como estaba hace 80 años, sin color, sin valle y sin caídos. Así la gigantesca cruz, hecha monumento común, sin esquelas ni epitafios, dejará de ser memoria para convertirse en historia.
Jaime Colom Mayo de 2017
Relatos cortos, conatos de poesía y narración de vivencias personales forman un árbol de escritos que, desde hace más de quince años, acoge los sentimientos del autor en forma de brotes que crecen en tres ramas.